Por Divandino
Cuando
lo meramente popular, lo “populachón” como algunos suelen denostar, se apodera
del gusto y las entrañas de la gente,
estamos hablando de una homologación de gustos pero también de ciertas modas.
La
cumbia es un género musical cuya factura de origen radica en Colombia y que se
alimentó de los sonidos africanos e indígenas. Era una danza autóctona que, a
medida que fue creciendo y se hiciera popular, invadió en toda latinoamerica
junto con otros ritmos afroantillanos como el danzón, el cha cha cha y el
mambo; se transformó en la música tropical regional con variantes muy
específicas como la tropical andina en Perú –o su variante con la cumbia
sureña, al estilo de la Tigresa de Oriente- o la chunchaca en México –los
Flamers o Nativo Show, un ejemplo, si hablamos de Veracruz-.
Por
muchos años, décadas incluso, en México la cumbia fue desdeñada y considerada
como la música tropical común y corriente, la que era básicamente para bailar
en las fiestas populares familiares y que los llamados “sonideros” (grupos de
luz y sonido que amenizan bailes masivos con música grabada y cuyo género
implícito es la cumbia), la mantuvieron viva en los barrios tradicionales de
Monterrey o, sobre todo, de la Ciudad de México.
Y es
precisamente aquí donde podemos afirmar que la cumbia, poco a poco, se fue
adentrando en los círculos urbanos; ya no solo estaría en el gusto de las
llamadas clases populares, sino que ahora también llamaría la atención de otros
sectores que gustan escuchar sonidos anglosajones como el hip hop o el rap.

Un
ejemplo de ello es el trabajo del regiomontano Antonio Hernández “Toy Selectah”
(integrante del extinto Control Machete) o del músico chilango Camilo Lara
(cabeza del ensamble Instituto Mexicano del Sonido y, al mismo tiempo,
ejecutivo de un sello disquero), así como del popular dúo colombiano Bomba
Estéreo y N cantidad de bandas argentinas que suelen hacer cumbia como Los
Fabulosos Cadillacs o Los Auténticos Decadentes, entre muchos otros; ya no
digamos la gran cantidad de proyectos latinos en Estados Unidos.
Un
fantasma latino invade el mundo porque el rock anglosajón ya aburre, señala el
diario español El País al referirse a cómo los sonidos latinos se han ido
apoderando de los gustos del público global, ya no solo la salsa, sino hasta el
reggaetón (se lo debemos al infumable tema “Despacito”) y, al igual que otros
medios, destacan la participación de Los Ángeles Azules en el famoso festival
Coachella el próximo mes de abril en Indio, California.
Y el
caso de esta agrupación que nació en las entrañas del popular barrio San Lucas
en Iztapalapa, en la CDMX, es muy curioso y hasta sorprendente, sobre todo para
quienes han criticado la participación de bandas mexicanas en ese festival como
Café Tacuba, Caifanes o Molotov.
A
raíz de un disco de duetos con estrellas del pop y de la escena “indie”, Los
Ángeles Azules han alcanzado hasta el día de hoy lo impensable, lo que incluso
muchísimas bandas latinas anhelan alcanzar alguna vez, como es formar parte del
“line up” del festival Coachella de Estados Unidos, que es uno de los
festivales más famosos a nivel global junto con el Glastonbury de Inglaterra o
el Rock In Río en el cono sur.
Ya
habían irrumpido en el gusto colectivo del rock nacional al participar en el ya
tradicional festival Vive Latino y con sus presentaciones posteriores no en
bailes populares, sino en auditorios o estadios para deleitar con su cumbia
sonidera a otro tipo de públicos.
Quizá
pueda parecer una moda o hasta un chiste por el pasado Día de los Inocentes
para quienes no dan crédito del salto inédito de Los Ángeles Azules, lo cierto
es que el hecho de presentarse en un festival no solo para hispanoparlantes y
de compartir escenario con luminarias del mainstream como Beyoncé, Eminem o The
Weekend, habla de la heterogeneidad del propio festival y del auge de la música
latina –y no precisamente el odioso Reggaetón- ; además, sin dudarlo, habla de
la buena estrella del grupo de Iztapalapa.
EL PALOMAZO
Algo
de los ensambles de Los Ángeles Azules
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