Por Divandino
El paisaje sonoro de una ciudad
La pasión por la música, además de un gusto y una necesidad espiritual, se
convierte en un medio de sustento para muchísima gente. Y no hablo precisamente
de los grandes grupos y cantantes que integran una industria enorme, que mueve
miles de millones de dólares en el mundo, sino de gente común y corriente que
diariamente busca llevar el pan a su casa tocando en la calle, en el transporte
público o en pequeñas fondas.
Existen historias de éxito, historias de vida dignas de un best seller o de
asombro peliculesco. Tal como ha ocurrido con tantos artistas callejeros
-genios del grafiti o la pantomima, por ejemplo-, que han alcanzado fama y dinero: músicos y cantantes han triunfado
teniendo como escuela y escenario la calle.
Muchas de esas promesas del canto o la música que hemos escuchado al cruzar
el parque que recorremos diariamente camino al trabajo o en el autobús de
regreso a casa, se han quedado en el anonimato; otros han logrado tocar en bares
o restaurantes de medio pelo. Aunque otros más suelen utilizar esta forma de
expresión para ganar adeptos, casos como el de U2 cuyos integrantes se
disfrazaron, junto con el conductor de tv Jimmy Fallon, para despistar al
transeúnte y grabar un video-gag en el metro de Nueva York; o el caso también
de la banda pop Maroon Five, con algo similar y en el mismo sitio.
Ya sean guitarristas, percusionistas o multinstrumentistas, los artistas
callejeros que buscan una moneda y, claro, el aplauso del incauto ciudadano,
del apresurado comensal. Son esos personajes citadinos que dibujan el paisaje
urbano, tanto de las grandes capitales del mundo, como de la ciudad o el
pequeño pueblo.
Desde toparse en alguna calle del centro de Berlín con un cuarteto de
saxofones, hasta un jamaiquino tocando su clásico “steelpan” –esa olla melódica
cuyo sonido es un referente a la isla caribeña- en el Times Square de Nueva
York, pasando por algún grupo de cámara tocando en el zócalo de la Ciudad de
México.
Un ejemplo palpable son los que circulan en la ciudad de Xalapa, sobre todo
en la zona centro. Desde el señor que toca el arpa y que recorre las fondas y
restaurantes del primer cuadro, hasta los percusionistas interpretando ritmos
tribales en la transitada avenida Enríquez -el corazón de la Atenas
Veracruzana-, pasando por el rubio extranjero que homenajea a los grandes como
Pink Floyd, The Beatles o Radiohead.
Y como el tema no es sexista, pues hay varias mujeres con una impresionante
voz, que también le apuestan a la calle, bares y restaurantes, deleitando a los
melómanos empedernidos que no se conforman con un cerveza o un café, sino con
suaves notas; y si es de algún género predilecto del “respetable” –público-
pues mucho mejor.
Qué decir de los tipos sesentones que se instalan a un costado de la
catedral o cerca del palacio municipal, que, aunque no llevan del todo el
compás correcto, se esfuerzan por alcanzar una moneda en el estuche de su
guitarra. O, más aún, y tal vez un poco de ternura, al escuchar a un “viejito”
tocando sin cesar notas desconocidas de un pequeño xilófono.
Cómo no mencionar el gran número de grupos con marimba que se instalan por
todo el centro xalapeño, deleitando a algunos transeúntes y desesperando a uno
que otro godín de oficina o comerciante.
En el puerto de Veracruz la cosa no dista mucho. En los famosísimos
portales del zócalo y a lo largo de la emblemática avenida Independencia es muy
común encontrar cantantes y músicos de todo tipo. Vaya, hasta el mismísimo
Quinteto Mocambo solía apostarse al pie de las mesas en los portales, sobra
decir la gran cantidad de mariachis, soneros y grupos norteños que se
arremolinan como abejas al panal.
El arte callejero, en general, dibuja el paisaje visual y sonoro de
cualquier ciudad, es parte del día a día y la cotidianeidad de hombres y
mujeres en prácticamente todo el mundo.
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EL PALOMAZO
Algo de ese paisaje sonoro..
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